Gales, descifrado

21 03 2021
  • Los números muestran el carácter aguerrido y la alta productividad ofensiva del equipo de Wayne Pivac, que llega a París en disposición de igualar los 13 ‘Grand Slams’ de Inglaterra

Este sábado se juega la última jornada de un 6 Naciones (que acabará en realidad el viernes próximo, con el partido aplazado entre Francia y Escocia) cuyo recuerdo más perdurable será el vacío de los estadios. Y sin embargo, Gales llega a París pendiente aún de librar una batalla de proporciones históricas. Juega para ganar su sexto título del torneo desde que se convirtió en 6 Naciones. Inglaterra lo ha ganado siete veces en este formato. Pero nadie ha logrado más Grand Slams que Gales: si vence en París, será su quinto pleno de triunfos desde la incorporación de Italia en el año 2000. Inglaterra e Irlanda tienen tres. Sin embargo, hay en juego otro premio aún mayor: igualar los 13 Grand Slams de la Rosa a lo largo del casi siglo y medio de historia del Championship.

En el imaginario galés, un hito de esa clase comporta un significado incalculable. Del recorrido del equipo de Pivac por el torneo ya hemos hablado de forma suficiente. El decisivo encuentro en el Stade de France expone una inadvertida paradoja: se apunta a la defensa de Gales como un factor notable de su rugby actual… y es cierto que hablamos de un equipo prosaico y esforzado; pero, sobre todo, en este 6 Naciones se ha comportado con un alto nivel de eficacia en ataque. Nadie ha anotado más puntos en total (134) ni más ensayos que Gales (17); y también su media de puntos por partido (33.5) y de ensayos (4.3) es la más alta de todos los participantes. Todo coronado en el aspecto individual por el ala Louis Rees-Zammit, el jugador que más marcas (4) ha firmado hasta ahora (igualado con el inglés Anthony Watson).

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El rey anda en pelotas

28 02 2021

  • La singular trayectoria de Gales en este 6 Naciones resume un torneo de listón muy bajo: Inglaterra se disparó al pie de pura histeria y los de Pivac avistan un impensado ‘Grand Slam’

Suele ocurrir que los perros se parezcan a sus dueños y los equipos, a su entrenador. Por eso a uno le resulta casi coherente una Inglaterra que reacciona de forma exagerada a los estímulos de un partido: parece lógico cuando tienes al mando -y de líder único- a Eddie Jones, un habitual de la sobreactuación. Tras la derrota frente a Gales, con sus jugosos episodios intermedios, el australiano debió responder a una afilada entrevista de la periodista de la BBC Sonja McLaughlan, que insistió sobre las decisiones de Pascal Gaüzère, el árbitro del choque, y la interminable cuenta de golpes de castigo de sus jugadores. ¿Cómo había sido incapaz Inglaterra de frenar esa sangría?, inquirió la reportera. La contestación de Eddie Jones, que esta vez eludió cualquier tentación victimista para subrayar la autocrítica, fue altamente significativa: «We tried too hard». Literalmente, «nos esforzamos demasiado». Sobreentendido, lo que en realidad vino a decir Jones fue: no supimos controlarnos.

En efecto, Inglaterra perdió el tino al poco de poner el pie en el campo -un partido más acumuló golpes desde el arranque, escena que ya es habitual- y después ingresó en esa mediana histeria de los equipos que sienten que el árbitro los está embromando. Algo de eso hubo. Es cierto que el ensayo de Liam Williams pareció un adelantado obvio de Rees-Zammit y que su concesión por parte del francés Pascal Gaüzère y del TMO fue para iniciados. Y que en la desatención inglesa en el golpe de castigo que puso en juego Biggar, para ensayo de Adams, caben las dos interpretaciones: que hay que estar más atentos, sí, pero que según las reglas Gaüzère debió comprobar con Farrell que había pasado el mensaje de advertencia antes de decretar el reinicio del juego. De todos modos, y en la línea de Jones: antes y después de esos pasajes, Inglaterra tendió a la sobreactuación y no calculó que su exceso de celo competitivo la iba a meter en una trampa para elefantes.

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El tiempo de las cerezas

14 02 2021

El vuelo acrobático de Jonny May para su ensayo; el paso lateral y el sombrero de Rees-Zammit; y el episodio Billy Burns en el novelón sucesorio de Irlanda. Fueron las tendencias del fin de semana y las tres tienen un punto de fuga: el binomio Hartpury College RFC / Gloucester Rugby. Que son dos lados de la misma moneda: la academy de los cherry and whites de Gloucester. May y Rees-Zammit comparten escuadra ahora mismo. Billy Burns, como su hermano Freddie antes (ahora emigrado a Toyota en Japón), se formó en esa misma escuela y pisó la élite a los 17 años, en la LV Cup. Después, tras una cesión en el segundo escalón con Hartpury, salió para Ulster. Y hasta hoy. El tiempo de las cerezas nunca llega a noviembre, decía una canción. Y de tiempos trata este asunto también. Billy Burns y Rees-Zammit han sido talentos precoces (el galés fue, a los 18 años, el jugador más joven en debutar con Gloucester en la Premiership), pero hoy viven momentos divergentes. Confuso el de Burns, metido en el ojo del huracán de uno de los asuntos más sensibles del rugby irlandés: el relevo generacional de Jonny Sexton. Rees-Zammit, mientras, acaba de explotar ante los ojos de esa parte del mundo que mira al rugby a través del agujero único del 6 Naciones. Estas y otras notas adicionales nos dejó el segundo fin de semana del torneo.

  • ‘Rees lightning’

El cantante y compositor de mi banda es galés. Más de código esférico que oval, pero porta el gen nacional y mira lo del rugby siempre con indisimulado orgullo patrio. Es de los que acaba cualquier conversación sobre el juego con un argumento de martillo: «Yo vi jugar a Barry John». Nada más terminar el partido en Murrayfield, me escribe: «Zammit looks like a real star…». Como hay pocas veces en que el batería pueda imponer su criterio a un tipo con una guitarra (menos aún si es el vocalista y se inventa las canciones), aprovecho para quejarme contra esa extendida costumbre de pensar que los jugadores sólo aparecen cuando llegan al 6 Naciones. «Rees-Zammit es una estrella en potencia desde que irrumpió en el primer equipo de Gloucester con sólo 18 años: llevo dos años largos esperando que alguien se decidiera a ponerle una camiseta de titular en Gales». Como en aquellos días solíamos mirar a menudo al equipo de Johan Ackermann, vimos a Rees-Zammit convertirse en el jugador más joven (aún sin contrato profesional) en debutar con la escuadra mayor de los cherry and white y ponerse a terminar ensayos con cómoda frecuencia: un par un día, otros tres poco más tarde… Nacido en Gales, su abuelo paterno había emigrado al norte desde Malta. Su 1.91 es más sutil que contundente, y lo adereza con una gloriosa aceleración de velocista (está medido entre los jugadores de rugby más veloces en cien metros en la actualidad). Esos pies tan delicados en el paso lateral llaman la atención desde el primer momento, y por eso hacía ya tiempo que Rees-Zammit era un balón de playa en la pantalla del radar. Lo único que se nos ocurre decir ante tanta admiración sobrevenida (lo comparan con el bailarín Shane) es esto: por fin. Pero con la advertencia añadida de Alun Wyn Jones: no pongamos sobre su figura una presión desmedida. Aún tiene que andar mucho camino… y equivocarse más.

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La brava Escocia

7 02 2021

Hamish Watson le pegó una patada a la pelota y la mandó a la grada vacía, y los gritos de júbilo escoceses hicieron eco en la inmensidad de un Twickenham desierto. El partido había terminado y, bajo la lluvia, este 6 Naciones en sordina de la pandemia ya tiene un sonoro argumento para la memoria: Escocia había ganado en Londres, territorio vedado a los del Cardo desde 1983. Y había ganado de principio a fin.

Las primeras escenas prefiguraron un encuentro impensado. En apenas cuatro minutos de juego, Inglaterra había cometido ya un par de golpes de castigo. Lo definitorio fue lo que Escocia hizo con ellos: en lugar de patearlos a palos para poner tierra de por medio con urgencia, los usó para construir posiciones ventajosas de ataque. Esa coletilla célebre entre los comentaristas británicos (keep the score ticking) no estaba incluido en el ideario de Gregor Townsend para este partido. Lo cual no dejaba de ser sorprendente. De acuerdo a la tradición reciente, Escocia comparece en Twickenham en condición asumida de víctima, de modo que lo esperado habría sido que tratase de sumar puntos a la mínima oportunidad. Puntos que, a la postre, no le sirven de nada porque la marea acaba subiendo y arrastra las esperanzas escocesas al sumidero inmenso de Twickenham.

Esta vez no fue así. Esta vez nada fue ni remotamente parecido. (…)

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Dupont frente al cartón piedra

3 11 2020

Inglaterra se proclamó el sábado campeona del 6 Naciones 2020, que acabó 274 días después de haber empezado. El torneo ha quedado ya para siempre marcado con un asterisco que resumirá el impacto de la pandemia, que lleva tiempo cubriendo con un dramático manto de absurdo cualquier tentativa de normalidad. Todo parece nominalmente lo mismo, pero la puesta en escena encalla entre lo irreal y lo impostado, así que resulta en un sucedáneo. Uno entiende que la obligación de quienes dirigen el Seis Naciones -y administran patrocinios, contratos, derechos televisivos, ingresos y retornos- no podía ser otra que acabar el torneo con los partidos que quedaron pendientes en primavera, pero en estas condiciones el espectáculo resulta un sucedáneo poco convincente.

El ceremonial de entrega del trofeo de campeones a Inglaterra, organizado en un jardín de la concentración del equipo al día siguiente del final del torneo, resumió esas impresiones. Los jugadores escenificaron una imagen de presunta celebración con apreciable descreimiento, intérpretes de una imposible coreografía de emociones… La escena subraya la sensación de que todo lo vemos en este momento de nuestras vidas tiene algo de falsedad ineludible, de importancia relativizada por el tamaño inabarcable de lo que está ocurriendo. En el fondo, se ha hecho más evidente que nunca que todo el deporte, en estas condiciones, no es sino una superproducción con decorados de cartón piedra. Además, como es lógico los equipos no andan precisamente engrasados. Aun así, intentaremos rescatar alguna verdad, intuida, del escenario internacional del pasado fin de semana.

  • ¿Qué es el 6 Naciones sin gente?

Ninguna competición posee la mística que lleva adherida el Seis Naciones. Ninguna. No se trata tanto de una cuestión deportiva, y cada día menos, como de la inigualable mezcla de folklore socio-histórico y trasnochadas rivalidades deportivas que a lo largo de casi siglo y medio han construido su épica. Esa singularidad explica que, para muchos aficionados de dentro y también de fuera del rugby, el Seis Naciones sea EL torneo. De hecho, a menudo el Seis Naciones se confunde con el mismo rugby, la expresión máxima de su esencia. Una buena parte de todo ello tiene que ver con el público: con las imágenes que procuran la mezcla de aficionados, el ambiente, los viajes, la atmósfera, el respeto y la convivencia. El colorido. El ritual comunitario. Es cierto que el rugby contemporáneo, envasado para la exhibición de las televisiones, ha cambiado mucho las cosas. Pero aun así el halo permanece, de un modo muy reconocible. (…)

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Grand Slam: la victoria total, la gloria infinita

20 03 2018

En cualquier otro torneo, en cualquier otro deporte, esta última jornada trataría seguramente de todo lo accesorio porque lo sustancial -el ganador del título- ya estaría decidido: Irlanda es campeona porque venció a Escocia mientras los ingleses se extraviaban en París. Pero en el rugby, y particularmente en el 6N, el campeón aún debe observar un añadido de la tradición para ser considerado memorable: se podría decir que el triunfo verdadero es el Grand Slam. La dominación absoluta de los rivales. La victoria total y la gloria infinita. Eso es lo que va a buscar Irlanda a Twickenham, en el Día de San Patricio de 2018.

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Dos héroes de guerra inspiran el último trofeo del 6 Naciones

20 03 2018

El sábado, Escocia e Inglaterra dirimirán una nueva edición de la Calcutta Cup, el trofeo más antiguo de todos los que se disputan en el rugby mundial. A pesar del hype de los últimos meses, y de la victoria ante Francia, el equipo de Gregor Townsend tendrá difícil recuperar el trofeo frente a la roca articulada en que Eddie Jones ha convertido a la Rosa. Pero, en el mientras tanto, a los escoceses les cabe el honor de haber levantado ya el primer trofeo en juego en este 6 Naciones: el Auld Alliance Trophy, que le ganaron a Francia hace un par de sábados. Una copa que honra a los jugadores de rugby franceses y escoceses que cayeron en la I Guerra Mundial, ahora que caminamos hacia el centenario del armisticio.

El Auld Alliance se ha convertido, así, en el último trofeo físico que pone en juego el 6 Naciones, un torneo que siempre presumió de una de sus más conocidas singularidades: la de los llamados trofeos honoríficos. Copas que no eran copas y títulos que no eran títulos. El raro prestigio de lo invisible.

Barclay, con el Auld Alliance Trophy en Murrayfield.

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El éxtasis del botepronto

20 03 2018

La otra tarde nos fuimos al parque a jugar a la pelota y, pequeño triunfo, quisimos llevarnos una de esas de forma extraña, que están expuestas en la estantería, y no una de las otras… Ya se sabe cuál es la otra: la convencional, la de los infieles. La previsible.

Durante un rato todo fue bien: leves tutoriales repetidos a lo largo de estos primeros años han propiciado un fundamento técnico esencial: el de aguardar la llegada del pase con las manos ya dispuestas, ofrecidas y adelantadas. Así no se te cuela el balón como agua entre los brazos. Esto ya grabado a fuego, por si algún día llegara a hacer falta en serio. No sea que, a pesar de nuestra confianza en la genética, acabemos descubriendo que en lugar de un respetable delantero hemos pasado años criando a un opinable tres cuartos.

Volvamos al parque. Enseguida el jueguecito empezó a llamar la atención de otros nenes, que andaban con sus coches teledirigidos y, tal vez, sus pelotas de reglamento. Suele ocurrir: cuando uno va con la de rugby a un lugar público de esparcimiento, los infantes señalan con el dedo la extrañeza. Papá, mira qué pelota tan rara… Es el atractivo de lo diferente. Nuestra victoria. Como si en lugar de pasear al caniche hubieras sacado a mear a un koala: todos quieren venir a acariciarlo y a jugar con él.

El problema llegó cuando del ejercicio de las manos quisimos pasar al de los pies. ¿Qué hay más natural que querer patear? Pero no de volea. No al aire. De drop. Dejarla caer y cuando toca el piso, golpear y darle vuelo. Es ahí, precisamente ahí, donde se abre el insondable abismo del botepronto. Ese vértigo de la incomprensión, cuando el incauto deja caer la pelota a sus pies, aguardando un bote regularmente vertical, domesticado, y ocurre ante sus ojos la imprevisible gloria elíptica: el bote indómito que embroma al hombre. Una, dos, hasta tres veces. Nada. La pelota insiste en no dejarse patear. Y condena al ajeno a encontrar solo el aire hueco.

Ahí uno acaba de encontrar, camuflada en las paredes, la puerta a otra dimensión.

Ahí uno se aproxima al enigma de lo singular: cómo es que se avanza pasando hacia atrás, y cómo es que uno nunca puede anticipar en qué dirección botará la pelota.

Ahí uno descubre que la vida no es esférica y que por tanto ocurrirán cosas impensadas.

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Héroes del rugby, héroes de guerra

22 02 2018

El sábado, Escocia e Inglaterra dirimirán una nueva edición de la Calcutta Cup, el trofeo más antiguo de todos los que se disputan en el rugby mundial: la copa fue donada por el Calcutta Football Club y se puso en juego por primera vez en 1879, cuatro años antes del arranque del Home Nations Championship. A pesar de todo el hype de los últimos meses, el equipo de Gregor Townsend tendrá difícil recuperar el trofeo. Pero a cambio, si es que sirve de algo, a los escoceses les ha cabido el honor de levantar el primer trofeo de este 6 Naciones: el Auld Alliance Trophy, que le ganaron a Francia hace un par de sábados. Una copa que honra a los jugadores de rugby franceses y escoceses que cayeron en la I Guerra Mundial -la Gran Guerra de acuerdo a la nomenclatura tradicional-, ahora que caminamos hacia el centenario del armisticio.

John Barclay, el capitán de Escocia, muestra el trofeo Auld Alliance, inaugurado en el partido contra Francia.

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Huw Jones, una sombra azul en los radares

11 02 2017

Casi todo en Huw Jones  parece improbable, o una singularidad del destino. Igual de desconcertante resulta el irregular trayecto que lo ha llevado a la selección de Escocia desde los Stormers sudafricanos, como las condiciones de su aparición en el equipo de Vern Cotter. Y ese perfil elusivo todavía lo subraya más la velocidad con la que hizo impacto en el medio campo escocés. Precisamente en los centros, donde más talento ha reunido en estos últimos años el equipo: Alex DunbarMatt Scott, Duncan TaylorPeter HorneMark Bennett… Jones se saltó la jerarquía con dos ensayos frente a Australia y la permanente impresión de que, aunque nadie lo vio venir, ha regresado a Escocia para quedarse.

Huw Jones apoya uno de sus ensayos a Australia en noviembre.

Huw Jones apoya uno de sus ensayos a Australia en noviembre.

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