El retorno de los gigantes

18 07 2021

En coincidencia con el verano boreal y advertidos por el avistamiento de leones en su territorio, los Springboks salieron por fin de su larga hibernación post mundialista para jugar el primer partido desde aquel lejano octubre de 2019: sí, la última vez que los vimos fue el día que levantaron el título frente a Inglaterra en Japón. Hace sólo dos años (o hace ya dos años) de aquello, pero nos han parecido seis vidas. Y esas seis vidas se las han pasado los sudafricanos sin exhibir ni poner en juego su figurado cinturón de campeones.

Para el regreso al prime time competitivo, los Bokke se citaron con Georgia, lo que anticipaba uno de esos partidos en que las colisiones suenan como accidentes de tráfico y las leyes de la probabilidad avisan de que habrá más sartenazos que rugby. Y algo así fue. El marco tampoco ayudaba. Afectamos una inevitable sensación de lástima cuando, tanto tiempo después, los chicos de Rassie Erasmus y Jacques Nienaber salieron al escenario de un gigantesco estadio vacío. Un campeón mundial merecería algo más en su regreso a la vida, pero si una lección nos ha enseñado la pandemia es que nada de lo que creíamos seguro lo era en realidad. La otra es que, en el rugby moderno, a menudo se desdibuja la línea que separa el test match de la pachanga estival. Nos salva la certeza de que, en el rugby, el termino amistoso carece por completo de significado.

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Cobus Reinach, en el primer partido frente a Georgia.




El insaciable Sam Simmonds

18 06 2021
  • El número 8 de Exeter Chiefs ha anotado este año 20 ensayos en 21 partidos de liga regular, una marca que supera el récord de Dominic Chapman (17) vigente desde hacía 23 años

Cuando uno se sienta a ver a Exeter Chiefs, lo acosa la incómoda sensación de la previsibilidad. Igual que en la comedia romántica, importa poco cuántas vueltas dé el guion: se sabe que al final los novios siempre acaban juntos y que el partido se lo llevará el equipo de Rob Baxter. Las últimas víctimas de tan ineludible destino han sido Northampton y Sale, en las semanas finales de la liga regular en la Premiership. Durante buena parte de esos dos encuentros, los Chiefs fueron por detrás y parecieron incapaces de sobreponerse a la ventaja de dos rivales enérgicos, que jugaron a sangre y fuego, subidos en el entusiasmo crepuscular de los días decisivos de la competición. No hubo caso: al final, Exeter les engulló las rentas y acabó consumiendo a sus contrarios para quedarse con dos triunfos que le van a permitir jugar las semifinales de la liga en Sandy Park frente a, precisamente… Sale Sharks.

Fueron dos muestras más de una tendencia harto conocida. Las victorias de los Chiefs suelen responder al principio de inundación: donde todo parecía ser terreno yermo para que floreciera un triunfo, de pronto la corriente del juego varía y el agua empieza a subir. Antes de darse cuenta al contrario le llega ya por los tobillos, y a partir de ese momento todo el mundo sabe lo que pasará. Con la misma certeza con que las mareas cumplen su ciclo en las costas de Cornualles, Exeter engrasa la maquinaria de invasión y ya no se detiene hasta rendir a su oponente, al que no le alcanzan los baldes para achicar agua.

Ese ímpetu convencido constituye la marca de la casa Baxter, una suerte de cultura que contraviene prejuicios desde hace tiempo. Puede que nadie tenga a los Chiefs por un equipo especialmente generoso en cuestiones de ataque, pero la realidad es que ningún equipo mete más ensayos en la liga inglesa: 93 hasta ahora, por los 89 de Harlequins y los 75 de Bristol, el líder de la campaña regular. Eso en lo colectivo. Pero es que, además, en el plano individual nadie anota más ensayos que su jugador franquicia: Sam Simmonds. Ni ahora ni nunca.

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‘Champagne Supernova’

26 05 2021

  • Toulouse levantó su quinta Copa de Europa en un partido áspero con La Rochelle: es el regreso del equipo más campeón, pero con un estilo distinto al de sus días de burbujas rosas

Durante un siglo entero, el rugby pareció debatirse en una tozuda disyuntiva: ¿Qué debía tener más valor, anotar con el pie o hacerlo con la mano? Esa indecisión, o tal vez esa evolución, había estado de alguna forma inscrita en el modo en que se modificó a lo largo de las décadas el puntaje de las anotaciones: en 1891 el apoyo otorgaba sólo un punto y la conversión, dos. Luego fueron dos y tres, respectivamente. Hasta que a partir de 1893 el ensayo elevó su valor (tres puntos frente a dos de la patada a palos). Ese equilibrio entre el pie y la mano se mantuvo hasta que las dos últimas modificaciones del valor de los ensayos, ya contemporáneas, los hicieron valer cuatro puntos en 1971 y los actuales cinco en 1992. El remate de la inclinación por el juego a la mano como metonimia de rugby ofensivo lo puso el bonus. Durante años que el planeta rugby se resiste a olvidar, Francia tuvo mucho que ver en el triunfo de esa asociación.

Sirva la breve referencia histórica para centrar los tiros que vamos a pegar. Volvamos a mirar atrás… y al Hexágono. Entre 1970 y 1984, Béziers ganó hasta diez veces el Bouclier de Brennus. Títulos sostenidos en un estilo de rugby en el que siempre hubo más barro que porcelana, lo que subraya de forma aún más rotunda el contraste con el siguiente episodio: el inmediato florecimiento, a la espalda de esa edad de hierro, de un juego ilustrado que acabaría por convertir a Toulouse no tanto en un equipo como en una categoría. El flair francés. Dirigido por Pierre Villepreux y Jean Claude Skrela, el equipo rojo y negro envolvió en aquellos años su juego en un mantra que ha determinado su cultura como club, más allá de las circunstancias: juego de manos, juego de tolosanos. El eslogan resume lo que ocurría en el campo, un rugby inflamado de destreza, atrevimiento e imaginación. Todo coronado, y ahí reside lo verdaderamente diferencial, por una interminable seguidilla de victorias.

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Gales, descifrado

21 03 2021
  • Los números muestran el carácter aguerrido y la alta productividad ofensiva del equipo de Wayne Pivac, que llega a París en disposición de igualar los 13 ‘Grand Slams’ de Inglaterra

Este sábado se juega la última jornada de un 6 Naciones (que acabará en realidad el viernes próximo, con el partido aplazado entre Francia y Escocia) cuyo recuerdo más perdurable será el vacío de los estadios. Y sin embargo, Gales llega a París pendiente aún de librar una batalla de proporciones históricas. Juega para ganar su sexto título del torneo desde que se convirtió en 6 Naciones. Inglaterra lo ha ganado siete veces en este formato. Pero nadie ha logrado más Grand Slams que Gales: si vence en París, será su quinto pleno de triunfos desde la incorporación de Italia en el año 2000. Inglaterra e Irlanda tienen tres. Sin embargo, hay en juego otro premio aún mayor: igualar los 13 Grand Slams de la Rosa a lo largo del casi siglo y medio de historia del Championship.

En el imaginario galés, un hito de esa clase comporta un significado incalculable. Del recorrido del equipo de Pivac por el torneo ya hemos hablado de forma suficiente. El decisivo encuentro en el Stade de France expone una inadvertida paradoja: se apunta a la defensa de Gales como un factor notable de su rugby actual… y es cierto que hablamos de un equipo prosaico y esforzado; pero, sobre todo, en este 6 Naciones se ha comportado con un alto nivel de eficacia en ataque. Nadie ha anotado más puntos en total (134) ni más ensayos que Gales (17); y también su media de puntos por partido (33.5) y de ensayos (4.3) es la más alta de todos los participantes. Todo coronado en el aspecto individual por el ala Louis Rees-Zammit, el jugador que más marcas (4) ha firmado hasta ahora (igualado con el inglés Anthony Watson).

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El rey anda en pelotas

28 02 2021

  • La singular trayectoria de Gales en este 6 Naciones resume un torneo de listón muy bajo: Inglaterra se disparó al pie de pura histeria y los de Pivac avistan un impensado ‘Grand Slam’

Suele ocurrir que los perros se parezcan a sus dueños y los equipos, a su entrenador. Por eso a uno le resulta casi coherente una Inglaterra que reacciona de forma exagerada a los estímulos de un partido: parece lógico cuando tienes al mando -y de líder único- a Eddie Jones, un habitual de la sobreactuación. Tras la derrota frente a Gales, con sus jugosos episodios intermedios, el australiano debió responder a una afilada entrevista de la periodista de la BBC Sonja McLaughlan, que insistió sobre las decisiones de Pascal Gaüzère, el árbitro del choque, y la interminable cuenta de golpes de castigo de sus jugadores. ¿Cómo había sido incapaz Inglaterra de frenar esa sangría?, inquirió la reportera. La contestación de Eddie Jones, que esta vez eludió cualquier tentación victimista para subrayar la autocrítica, fue altamente significativa: «We tried too hard». Literalmente, «nos esforzamos demasiado». Sobreentendido, lo que en realidad vino a decir Jones fue: no supimos controlarnos.

En efecto, Inglaterra perdió el tino al poco de poner el pie en el campo -un partido más acumuló golpes desde el arranque, escena que ya es habitual- y después ingresó en esa mediana histeria de los equipos que sienten que el árbitro los está embromando. Algo de eso hubo. Es cierto que el ensayo de Liam Williams pareció un adelantado obvio de Rees-Zammit y que su concesión por parte del francés Pascal Gaüzère y del TMO fue para iniciados. Y que en la desatención inglesa en el golpe de castigo que puso en juego Biggar, para ensayo de Adams, caben las dos interpretaciones: que hay que estar más atentos, sí, pero que según las reglas Gaüzère debió comprobar con Farrell que había pasado el mensaje de advertencia antes de decretar el reinicio del juego. De todos modos, y en la línea de Jones: antes y después de esos pasajes, Inglaterra tendió a la sobreactuación y no calculó que su exceso de celo competitivo la iba a meter en una trampa para elefantes.

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El tiempo de las cerezas

14 02 2021

El vuelo acrobático de Jonny May para su ensayo; el paso lateral y el sombrero de Rees-Zammit; y el episodio Billy Burns en el novelón sucesorio de Irlanda. Fueron las tendencias del fin de semana y las tres tienen un punto de fuga: el binomio Hartpury College RFC / Gloucester Rugby. Que son dos lados de la misma moneda: la academy de los cherry and whites de Gloucester. May y Rees-Zammit comparten escuadra ahora mismo. Billy Burns, como su hermano Freddie antes (ahora emigrado a Toyota en Japón), se formó en esa misma escuela y pisó la élite a los 17 años, en la LV Cup. Después, tras una cesión en el segundo escalón con Hartpury, salió para Ulster. Y hasta hoy. El tiempo de las cerezas nunca llega a noviembre, decía una canción. Y de tiempos trata este asunto también. Billy Burns y Rees-Zammit han sido talentos precoces (el galés fue, a los 18 años, el jugador más joven en debutar con Gloucester en la Premiership), pero hoy viven momentos divergentes. Confuso el de Burns, metido en el ojo del huracán de uno de los asuntos más sensibles del rugby irlandés: el relevo generacional de Jonny Sexton. Rees-Zammit, mientras, acaba de explotar ante los ojos de esa parte del mundo que mira al rugby a través del agujero único del 6 Naciones. Estas y otras notas adicionales nos dejó el segundo fin de semana del torneo.

  • ‘Rees lightning’

El cantante y compositor de mi banda es galés. Más de código esférico que oval, pero porta el gen nacional y mira lo del rugby siempre con indisimulado orgullo patrio. Es de los que acaba cualquier conversación sobre el juego con un argumento de martillo: «Yo vi jugar a Barry John». Nada más terminar el partido en Murrayfield, me escribe: «Zammit looks like a real star…». Como hay pocas veces en que el batería pueda imponer su criterio a un tipo con una guitarra (menos aún si es el vocalista y se inventa las canciones), aprovecho para quejarme contra esa extendida costumbre de pensar que los jugadores sólo aparecen cuando llegan al 6 Naciones. «Rees-Zammit es una estrella en potencia desde que irrumpió en el primer equipo de Gloucester con sólo 18 años: llevo dos años largos esperando que alguien se decidiera a ponerle una camiseta de titular en Gales». Como en aquellos días solíamos mirar a menudo al equipo de Johan Ackermann, vimos a Rees-Zammit convertirse en el jugador más joven (aún sin contrato profesional) en debutar con la escuadra mayor de los cherry and white y ponerse a terminar ensayos con cómoda frecuencia: un par un día, otros tres poco más tarde… Nacido en Gales, su abuelo paterno había emigrado al norte desde Malta. Su 1.91 es más sutil que contundente, y lo adereza con una gloriosa aceleración de velocista (está medido entre los jugadores de rugby más veloces en cien metros en la actualidad). Esos pies tan delicados en el paso lateral llaman la atención desde el primer momento, y por eso hacía ya tiempo que Rees-Zammit era un balón de playa en la pantalla del radar. Lo único que se nos ocurre decir ante tanta admiración sobrevenida (lo comparan con el bailarín Shane) es esto: por fin. Pero con la advertencia añadida de Alun Wyn Jones: no pongamos sobre su figura una presión desmedida. Aún tiene que andar mucho camino… y equivocarse más.

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La brava Escocia

7 02 2021

Hamish Watson le pegó una patada a la pelota y la mandó a la grada vacía, y los gritos de júbilo escoceses hicieron eco en la inmensidad de un Twickenham desierto. El partido había terminado y, bajo la lluvia, este 6 Naciones en sordina de la pandemia ya tiene un sonoro argumento para la memoria: Escocia había ganado en Londres, territorio vedado a los del Cardo desde 1983. Y había ganado de principio a fin.

Las primeras escenas prefiguraron un encuentro impensado. En apenas cuatro minutos de juego, Inglaterra había cometido ya un par de golpes de castigo. Lo definitorio fue lo que Escocia hizo con ellos: en lugar de patearlos a palos para poner tierra de por medio con urgencia, los usó para construir posiciones ventajosas de ataque. Esa coletilla célebre entre los comentaristas británicos (keep the score ticking) no estaba incluido en el ideario de Gregor Townsend para este partido. Lo cual no dejaba de ser sorprendente. De acuerdo a la tradición reciente, Escocia comparece en Twickenham en condición asumida de víctima, de modo que lo esperado habría sido que tratase de sumar puntos a la mínima oportunidad. Puntos que, a la postre, no le sirven de nada porque la marea acaba subiendo y arrastra las esperanzas escocesas al sumidero inmenso de Twickenham.

Esta vez no fue así. Esta vez nada fue ni remotamente parecido. (…)

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Dupont frente al cartón piedra

3 11 2020

Inglaterra se proclamó el sábado campeona del 6 Naciones 2020, que acabó 274 días después de haber empezado. El torneo ha quedado ya para siempre marcado con un asterisco que resumirá el impacto de la pandemia, que lleva tiempo cubriendo con un dramático manto de absurdo cualquier tentativa de normalidad. Todo parece nominalmente lo mismo, pero la puesta en escena encalla entre lo irreal y lo impostado, así que resulta en un sucedáneo. Uno entiende que la obligación de quienes dirigen el Seis Naciones -y administran patrocinios, contratos, derechos televisivos, ingresos y retornos- no podía ser otra que acabar el torneo con los partidos que quedaron pendientes en primavera, pero en estas condiciones el espectáculo resulta un sucedáneo poco convincente.

El ceremonial de entrega del trofeo de campeones a Inglaterra, organizado en un jardín de la concentración del equipo al día siguiente del final del torneo, resumió esas impresiones. Los jugadores escenificaron una imagen de presunta celebración con apreciable descreimiento, intérpretes de una imposible coreografía de emociones… La escena subraya la sensación de que todo lo vemos en este momento de nuestras vidas tiene algo de falsedad ineludible, de importancia relativizada por el tamaño inabarcable de lo que está ocurriendo. En el fondo, se ha hecho más evidente que nunca que todo el deporte, en estas condiciones, no es sino una superproducción con decorados de cartón piedra. Además, como es lógico los equipos no andan precisamente engrasados. Aun así, intentaremos rescatar alguna verdad, intuida, del escenario internacional del pasado fin de semana.

  • ¿Qué es el 6 Naciones sin gente?

Ninguna competición posee la mística que lleva adherida el Seis Naciones. Ninguna. No se trata tanto de una cuestión deportiva, y cada día menos, como de la inigualable mezcla de folklore socio-histórico y trasnochadas rivalidades deportivas que a lo largo de casi siglo y medio han construido su épica. Esa singularidad explica que, para muchos aficionados de dentro y también de fuera del rugby, el Seis Naciones sea EL torneo. De hecho, a menudo el Seis Naciones se confunde con el mismo rugby, la expresión máxima de su esencia. Una buena parte de todo ello tiene que ver con el público: con las imágenes que procuran la mezcla de aficionados, el ambiente, los viajes, la atmósfera, el respeto y la convivencia. El colorido. El ritual comunitario. Es cierto que el rugby contemporáneo, envasado para la exhibición de las televisiones, ha cambiado mucho las cosas. Pero aun así el halo permanece, de un modo muy reconocible. (…)

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Exeter: el alma de la tuneladora

17 10 2020

Los Chiefs buscan su primera Champions con un modelo basado en la irrefrenable potencia de su delantera en la 22 rival y una cultura de equipo que es reflejo de su técnico, Rob Baxter

Exeter Chiefs han anotado esta temporada hasta 18 ensayos en jugadas nacidas alrededor de la línea de cinco metros. Esa capacidad para exprimir hasta la última gota cada incursión en la zona roja del contrario no tiene equivalente en toda la Premiership y diríamos que, en general, en el rugby de hoy: Wasps suma 12, Gloucester y Saracens se quedan en 11, por comparar números. Lo esencial está en lo que subyace debajo: en el caso de Chiefs, ese mandato que tan a menudo se oye a equipos de rugby de cualquier categoría (de la 22 hay que salir con puntos) se ha convertido en una costumbre. Suelen ser siete.

Racing 92, que se presenta en su tercera final tras eliminar a Saracens, sabe a lo que se enfrenta. De sobra. Cualquiera que haya visto con algo de frecuencia al equipo de Rob Baxter tiene claro que esa característica tan definitoria del juego compone su gran amenaza. No la única, desde luego, porque también es un bloque capaz de lanzar ataques de rango largo. Pero sí su mayor granero de puntos. Y el recurso que le sirve para recuperar partidos en desventaja o finales apretados.

Si algo es Racing 92, otro equipo con diversas vertientes, es un bloque pesado. La cuestión, sin embargo, no tiene que ver tanto con el tamaño sino con la capacidad de Exeter para sacarle un rendimiento agotador a la explotación de un mecanismo en apariencia sencillo. Los franceses están bien acostumbrados a defender a base de carne la jugada preferida en el Top 14: el llamado penaltouche. Es decir el golpe de castigo que se patea a la banda para jugar el lineout consiguiente en los alrededores de la línea de cinco metros. El problema con los Chiefs radica en que su dinámica es otra, al punto de que rara vez eligen ese camino, tan común en el rugby de hoy. Antes que jugarse un lanzamiento incierto desde la touche, ellos prefieren el tap and go: reinicio rápido del golpe con un toque, para lanzar a los delanteros en distancia corta.

Nadie recurre a esa opción tanto y tan bien como los chicos de Baxter: hasta 18 golpes de castigo han jugado así esta temporada, de nuevo una cifra sin parangón en su entorno. Con una particularidad muy llamativa: no es el medio de melé el que juega rápido, para trasponer la línea de ventaja con un acelerón o un pase que ponga en acción a la línea; en los Chiefs a menudo reinicia un delantero. Con frecuencia, Luke Cowan-Dickie: el talonador choca el primero y su carga suena como un toque a rebato. A continuación la topadora se pone en marcha, hasta la conquista.

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La burbuja de Wellington

12 10 2020

De todo lo que sucedió este sábado en Wellington, en el primer encuentro de los cuatro que conformarán la Bledisloe Cup 2020, lo más relevante no tuvo que ver ni con el marcador (empate a 16 entre Nueva Zelanda y Australia), ni con los jugadores que se estrenaron en cada uno de los dos lados. Ni con la vuelta de Damian McKenzie al 15 kiwi, ni con los 100 partidos de Michael Hooper en los Wallabies; ni con el estreno de la capitanía de Sam Cane, ni siquiera con el debut de cada uno de los entrenadores, Ian Foster y Dave Rennie: dos neozelandeses al frente de un nuevo ciclo, y convertidos en protagonistas de un antagonismo inevitable. Demasiado sabroso para las dos naciones como para dejarlo pasar.

Todo eso eran alicientes, más que notables desde luego, pero alicientes de otro tiempo: los días en los que el deporte aún mandaba. Hay muchas cosas analizables en el partido, en el agresivo comportamiento de Australia y en la oxidada hegemonía All Black. Hubo una pifia de Rieko Ioane al posar que le costó un ensayo. Y una patada gigantesca de Hodge al palo que pudo ser el triunfo australiano. Y un delirante descalzaperros como epílogo, con 30 hombres yendo de lado a lado, hasta bordear el colapso de su resistencia física. En un momento dado, James O’Connor les hizo un favor a todos y revoleó la pelota a las gradas, dando por bueno un empate que, en realidad, no dejaría contento a ninguno.

Pero lo más fascinante del partido ocurrió fuera del césped, en las gradas del Sky Stadium. Allí se empaquetaron 31.000 aficionados, sin distancias ni mascarillas, para presenciar el primer test match en 400 días en Nueva Zelanda. De pronto, ese mundo desenmascarado en el que habita NZ adquiría el poder redentor de la nostalgia: así éramos; así era el rugby antes del fin del mundo. El partido fue, en ese aspecto, un regreso al futuro. O bien una distopía del pasado. Cualquiera sabe. Como decía la canción: Te llaman porvenir porque no vienes nunca.

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