No parece necesario entretener el tiempo en construir otro panegírico acerca del maravilloso rugby que está jugando el equipo de Steve Hansen. Porque ya van unos cuantos y, al final, los diagnósticos y las conclusiones o se parecen mucho o inciden en detalles que ya sabíamos. El mundo ya sospecha que por donde pasan los All Blacks no vuelve a crecer la hierba. La primera jornada del Rugby Championship expresó con la misma claridad el estado sublime del rugby neozelandés y la reunión de incertidumbres que acosan a los demás.
Todo se pareció bastante o funcionó como una versión de lo visto en el Super Rugby. Hay un confuso desierto en Australia; una idea esperanzadora aunque todavía muy imperfecta en Sudáfrica; y ese punto impreciso de Argentina, en el que no sabemos si se aprecia lo suficiente un cambio que es básico: los Pumas ya no juegan mirando de abajo arriba a sus rivales ni aspiran a derrotas dignas. Con todas sus deficiencias, ahora juegan de igual a igual y a ganar. Lograrlo o no es otra historia: se llama competición.
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